ALBORADA
La hora [perdida] de la dignidad

Rosa Cuervas-Mons / 01 junio, 2018

Rodeado de ‘los suyos’ -cuánta falta le harían al futuro expresidente amigos de los de verdad, de los que no dicen lo que uno quiere oír sino lo que necesita saber-, delegando en la ministra de Defensa y secretaria general de su partido el papelón de justificar que no habrá dimisión.
Estamos, salvo sorpresa, a pocas horas de asistir a la primera moción de censura exitosa de la democracia. Por primera vez desde nuestra Constitución del 78, un presidente de Gobierno dejará de serlo en virtud de la herramienta constitucional que habilita a la oposición para mandar a casa a todo un Ejecutivo.

Decimos ‘salvo sorpresa’ casi cruzando los dedos, pero con pocas esperanzas de que aún quede algo -algo- de aquel discurso sensato que llevó a Mariano Rajoy a la Moncloa hace dos legislaturas y que hoy parece una de esas historias que, por increíbles, los más jóvenes asumen sólo como leyenda.
Vamos primero con Rajoy y después con los demás, con los que, pervirtiendo las urnas y las normas, llegan a La Moncloa, no por la puerta de atrás, sino por una indigna rendija, como quien roba a un muerto. ¿Ay, dignidad, cuándo abandonaste a nuestros políticos?

Lo de Mariano Rajoy

Un buen discurso, grandes titulares y abundante material para las crónicas pero, una vez llegados al momento crucial, una vez que el PNV confirmó que es lo que siempre ha sido –un traidor a España que usa a España para destruirla-, la huida. La eterna sobremesa en un restaurante. La desaparición. Rodeado de ‘los suyos’ -cuánta falta le harían al futuro expresidente amigos de los de verdad, de los que no dicen lo que uno quiere oír sino lo que necesita saber-, delegando en la ministra de Defensa y secretaria general de su partido el papelón de justificar que no habrá dimisión.
Mentira y traición. Es vivir siendo un cobarde en lugar de morir como un valiente. Es rajoyismo y arriolismo en copa de balón con tónica. No es verdad, señor Rajoy, que su dimisión no sirva de nada. Si usted dimite hoy, su Gobierno queda en funciones, se inicia una ronda de contactos para buscar una investidura y Pedro Sánchez -o el que venga- debe buscar apoyos, con programa incluido, en la Cámara. Debe explicar qué hará con los separatistas, qué política económica pondrá en marcha y, más aún, qué cuota de poder dará a los del puño en alto y piscina en el jardín. De entrada, y cómo mínimo, España gana tiempo. Y, no menos importante, los votantes del PSOE asisten a la traición de su líder con luz y taquígrafos, con información para la siguiente cita con las urnas. Pero el PP no permitirá que la verdad le arruine un buen titular y entonará hoy hasta la saciedad el “la dimisión no serviría de nada. Nos echan”. Qué pobre es aquel que busca sin encontrar su dignidad.

El todavía presidente dijo en una ocasión a los suyos que, al final, lo importante en la vida es ser feliz. Y así nos ha ido. Porque un presidente de Gobierno que no entiende que muy por delante de su felicidad -pero muy, muy por delante- está ese algo llamado deber… quizá nunca debería haber sido presidente del Gobierno.
Sobre los otros, sobre los que han traicionado de manera tan vil y burda a sus votantes -a ver cómo explicamos lo del PSOE pactando con la rancia ‘derecha’ peneuvista y exconvergencia; a los de Podemos aprobando y aplicando los Presupuestos de los ricos -ji, ji, ji- del Partido Popular y a las familias de las víctimas socialistas del terrorismo etarra lo de ir con Bildu a partir piñones- lo de los otros, decimos, podrá resolverse con suerte en las próximas elecciones, pero quizá a un precio demasiado alto para España.